El declive de los dioses antiguos
Nacimiento del culto al emperador Para el emperador, imponer su divinización significaba reforzar considerablemente los cimientos de su poder, así como llenar el vacío dejado por los dioses que iban siendo abandonados. Con Augusto, que se hacía llamar a sí mismo «hijo de Apolo", la divinización del emperador se convirtió en el fundamento mismo del Estado. A partir de este hecho, el emperador aparece como el verdadero intermediario entre los hombres y los dioses, y el único capaz de acceder al auténtico conocimiento de la divinidad. Por esta razón, tanto Augusto como todos sus sucesores, hasta Constantino, lucharon enérgicamente contra las corrientes religiosas procedentes de Oriente. En efecto, dichas religiones estaban marcadas por un ardiente misticismo y, en ellas, la relación entre los hombres y los dioses o diosas tenía un aspecto mucho más personal. Cada individuo concebía a su manera su diálogo con lo sagrado: la religión era un sentimiento interiorizado, a través del cual la conciencia individual se buscaba y se hallaba a sí misma.
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