La llamada de alta mar: conquista de los grandes espacios
Las rutas marítimas Desde mucho tiempo atrás, verdaderas rutas marítimas venían perlongando las costas. En el flanco norte de Europa, los convoyes de la Hansa reunían millares de navíos. Los astilleros navales de Lübeck o de Dantzig construían naves de tal calidad que, a pesar de las prohibiciones, eran revendidas a los holandeses y a los ingleses. En el Mediterráneo, genoveses y venecianos habían llegado a crear verdaderas rutas regulares: la «ruta imperial» que, uniendo Venecia con Bizancio, se prolongaba por el mar Negro hasta Tana; la ruta de las peregrinaciones, recorrida por verdaderos navíos de crucero que conducían a los peregrinos a Jerusalén; la ruta de las especias; la ruta africana del oro; y, finalmente, la ruta de Berbería, que cabotaba desde Alejandría hasta Gibraltar. En el s. XIV, y sobre todo en el XV, una nueva ruta, la de la lana, conducía a Londres y a Brujas a los navíos italianos y hanseáticos.
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