Un arte multimilenario
Primero, flotar; después, poner rumbo Las tres grandes categorías de embarcaciones rudimentarias: odres, balsas y canoas, se desarrollaron, sin duda, de manera paralela a través del mundo, dependiendo de las disponibilidades locales de materias primas. Los odres, o pellejos de machos cabríos cosidos, hinchados con aire y dotados de una plataforma de madera, pueden considerarse como los antepasados de las actuales balsas neumáticas. Las balsas estaban hechas con troncos ligeros o manojos de cañas unidos entre sí. Y, por fin, las canoas monocasco, afinadas en sus extremos, más o menos ahuecadas en su interior por medio de herramienta o fuego y dotadas o no de balancín para mantener su estabilidad, representaban la forma más evolucionada de los comienzos de la construcción naval. Partiendo de principios simples para sus primeros barcos, los navegantes no tardarían en pagar con sus propias vidas las experiencias con navíos de mayor tamaño y más ambiciosos en cuanto a su capacidad de carga. Los accidentes comenzaron cuando el viento recogido en una vela aparejada a unos palos dio velocidad a los cascos, exponiéndoles al choque brutal del oleaje.
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