Cañas y Barro: 107
none Pág. 107 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Salía a su encuentro cuando Cañamel paseaba por el pueblo, le llamaba fuera de la taberna -pues no se atrevía a presentarse ante Veleta dentro de su casa, segura de que la pondría en la puerta-, y en estas entrevistas se enteraba con exagerado interés de la salud del cuñado, lamentando sus locuras. Debía haber permanecido solo después de la pérdida de «la difunta». Había querido hacer el chaval casándose con una muchacha, y todo lo tenía: disgustos y falta de salud. Aquella imprudencia le salta al exterior, y gracias que no le costase la vida. Cuando Cañamel le habló de la enfermedad del estómago, la maliciosa comadre fijó en él una mirada de asombro, como si por su pensamiento pasase una idea que a ella misma la asustaba. ¿Era realmente en el estómago donde tenía el mal...? ¿No le habrían dado algo, para acabar con él? Y el tabernero, en los malignos ojos de la mala vieja vio una...
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