Cañas y Barro: 129
none Pág. 129 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Pero Tonet, impaciente y angustiado, no estaba para oír las tonterías de Sangonera. Nada de resistencias, o le aliviaba el hambre y la sed echándolo en el canal de una patada. Los amigos sirven para sacar de un apuro a los amigos. ¡Bien sabía perchar en barquitos ajenos cuando iba a meter sus uñas en las redes de los redolins, robando las anguilas! Además, si tenía hambre, podía refocilarse como nunca en el cargamento de provisiones que aquel señor traía de Valencia. Al ver dudoso a Sangonera por la esperanza del hartazgo, acabó de decidirle con fuertes empujones, llevándolo hasta la barca del cazador y explicándole cómo había de disponer todos los preparativos. Cuando se presentase el amo, podía decirle que él estaba enfermo y lo había buscado como sustituto. Antes de que el absorto Sangonera acabase de titubear, ya Tonet había montado en su ligero barquito y emprendía la marcha, perchando...
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