Cañas y Barro: 135
Capítulo IX 135 Pág. 135 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez El día comenzó con grandes contrariedades para el cazador confiado a la pericia de Sangonera. Antes de amanecer, al clavar el puesto, el prudente burgués tuvo que implorar el auxilio de algunos barqueros, que rieron mucho viendo el nuevo oficio del vagabundo. Con la presteza de la costumbre, clavaron tres estacas en el fondo fangoso de la Albufera y colocaron, apoyado en ellas, el enorme tanque que habla de servir de refugio al cazador. Después rodearon de cañas el puesto, para engañar a las aves y que se acercaran confiadas, creyendo que era un pedazo de carrizal en medio del agua. Para ayudar a este engaño, en torno del puesto flotaban los bots: unas cuantas docenas de patos y fúlicas esculpidos en corcho, que, con las ondulaciones del lago, movíanse a flor de agua. De lejos causaban la impresión de una manada de pájaros nadando tranquilamente cerca de las cañas. Sangonera,...
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