Cañas y Barro: 136
none Pág. 136 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Al quedar don Joaquín solo en su puesto, no pudo evitar una emoción semejante al miedo. Se veía aislado en medio de la Albufera, dentro de un pesado cubo, sin otro sostén que unas estacas, y temía moverse, con la sospecha de que todo aquel catafalco acuático viniera abajo, sepultándolo en el fango. El agua, con suaves ondulaciones, venía a chocar en el borde de madera, a la altura de la barba del cazador, y su continuo chap-chap le causaba escalofríos. Si aquello se hundía- pensaba don Joaquín-, por pronto que llegase el barquero ya estaría en el fondo con todo el peso de la escopeta, los cartuchos y aquellas botas enormes, que le causaban insoportable picazón, hundidas en la paja de arroz de que estaba atiborrado el cubo. Le ardían las piernas, mientras sus manos estaban ateridas por el fresco del amanecer y el frío glacial de la escopeta. ¿Y esto era divertirse...? Comenzaba a encontrar pocos...
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