Cañas y Barro: 140
none Pág. 140 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez En vano se revolvía el cazador mirando a todas partes. No se veía un pájaro. ¿Qué quería aquel loco? Lo que debía hacer era aproximarse para recoger las fálicas muertas que flotaban en torno del puesto. Pero Sangonera volvía a encogerse en la barca sin obedecer el mandato. ¡Tiempo quedaba! ¡Ya iría después! ¡Que matase mucho era su deseó...! En su afán de probarlo todo, destapaba ahora las botellas, gustando tan pronto el ron como la absenta pura, mientras la Albufera comenzaba a oscurecerse para él en pleno sol y sus piernas parecían clavarse en las tablas de la barca, sin fuerzas para moverse. A mediodía, don Joaquín, hambriento y deseoso de salir de aquel cubo que le obligaba a permanecer inmóvil, llamó al barquero. En vano sonaba su voz en el silencio. -Sangonera...! Sangonera! El vagabundo, con la cabeza por encima de la borda, le miraba fijamente, repitiendo que iba en seguida; pero...
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