Cañas y Barro: 142
none Pág. 142 de 158 Cañas y Barro Vicente Blasco Ibáñez Y el enfermo contestaba con un gruñido doloroso, cambiando de posición para volver la espalda, molestado por el desfile de todo el pueblo. Otras mujeres más animosas entraban, arrodillándose junto a él, y le tentaban el abdomen, queriendo saber dónde le dolía. Discutían entre ellas sobre los medicamentos más apropiados, recordando los que habían surtido efecto en sus familias. Después buscaban a ciertas viejas acreditadas por sus remedios, que gozaban mayor respeto que el pobre médico del Palmar. Llegaban unas con cataplasmas de hierbas guardadas misteriosamente en sus barracas; presentábanse otras con un puchero de agua caliente, queriendo que el enfermo se lo tragase de golpe. La opinión de todas era unánime. El infeliz tenía «parada» la comida en la boca del estómago y había que hacer que «arrancase»... ¡Señor, qué lástima de hombre! Su padre muerto de una borrachera y él estirando...
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