Diamante Dick y el primer derecho de la mujer: I
Diamante Dick y el primer derecho de la mujer de Francis Scott Fitzgerald Cuando Diana Dickey regresó de Francia en la primavera de 1919, sus padres consideraron que su nefando pasado había sido expiado. Había prestado servicio durante un año en la Cruz Roja y al parecer estaba comprometida con un joven piloto americano encantador y de buena posición. No pudieron preguntar más; de los antiguos pecados de Diana, sólo perduraba su apodo... ¡Diamante Dick! Lo había elegido entre todos los nombres del mundo cuando, a los diez años, aún era una niña delgada y de ojos negros. —Diamante Dick —solía insistir—. Ése es mi nombre. El que no me llame así es un maldito imbécil. —Pero no es un nombre apropiado para una damita —objetaba su institutriz—. Si quieres un nombre de varón, ¿por qué no George Washington? —Porque yo me llamo Diamante Dick —explicaba Diana pacientemente—. ¿No puedes entenderlo? Me tienen que llamar así porque si no tendré un ataque...
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