El barbero
Al entrar a la tienda del barbero, lo primero que distinguí, cerrándome el paso, fue una media docena de gallos, que atados por una pata entreteníanse en traguitear el agua de los lebrillos y en esponjarse al sol que ampliamente inundaba hasta la mitad de la estancia. —Note su merced —díjome el barbero entre servil y apresurado— este gallo giro, del espolón cenizo; mire su copete, que es de los famosos de San Juan del Río, y cómo no lo dejo cerca de los otros, que a poco daría cuenta de todos; y a Dios gracias que éste se lo echo al más pintado de las ferias del Bajío… Y haciendo un moliente con la toalla, agregó: —¡A las órdenes de vuesa merced! ¿Qué va ser? ¿Navaja, sangría o solamente una hermoseada? Y mientras que el rapista entreteníase en hacer la jabonadura y en dejar como un sol de reluciente la bacía de azófar, negruzcas sanguijuelas maromeaban en los pintados tarros guanajuatenses y un vejete, a horcajadas en la silla de tule, ensayaba con...
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