El comendador Mendoza: 15
Capítulo XIV 15 Pág. 15 de 31 El comendador Mendoza Juan Valera La celda no tenía mucho que llamase la atención. Sobre la mesa o bufete, que era de nogal, había recado de escribir, el Breviario y otros libros. Dos sillones de brazos, frente el uno del otro, con la mesa de por medio, y donde se sentaban nuestros interlocutores, eran de nogal igualmente. A más de los dos sillones, había cuatro sillas arrimadas a la pared. Los asientos todos eran de enea. Un Ecce-Homo, al óleo, a quien cuadraba el refrán de a mal Cristo mucha sangre, era la única pintura que adornaba los muros de la celda. No faltaban, en cambio, otros más naturales adornos. En la ventana, tomando el sol, se veían dos floridos rosales dentro del cuarto, cuatro macetas de brusco, y colgadas en la pared cinco jaulas, dos con perdices cantoras, y tres con colorines, excelentes reclamos. Otro bonito colorín, diestro cimbel, asido a la varilla saliente que estaba fija a una tabla de pino, volaba...
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