El escarabajo de oro: 05
05 Pág. 05 de 31 El escarabajo de oro Edgar Allan Poe Un mes o cosa así después de esto (y durante ese lapso de tiempo no volví a ver a Legrand), recibí la visita, en Charleston, de su criado Júpiter. No había yo visto nunca al viejo y buen negro tan decaído, y temí que le hubiera sucedido a mi amigo algún serio infortunio. —Bueno, Júpiter—dije—. ¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo está tu amo? —¡Vaya! A decir verdad, massa, no está tan bien como debiera. —¡Que no está bien! Siento de verdad la noticia. ¿De qué se queja? —¡Ah, caramba! ¡Ahí está la cosa! No se queja nunca de nada; pero, de todas maneras, está muy malo. —¡Muy malo, Júpiter! ¿Por qué no lo has dicho en seguida? ¿Está en la cama? —No, no, no está en la cama. No está bien en ninguna parte, y ahí le aprieta el zapato. Tengo la cabeza trastornada con el pobre massa Will. —Júpiter, quisiera comprender algo de eso que me cuentas. Dices que tu amo está...
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