El tesoro de Gastón: 04
Capítulo IV 04 Pág. 04 de 15 El tesoro de Gastón Emilia Pardo Bazán Gusanillo Salió Gastón del convento fluctuando entre la convicción y el escepticismo. Su convicción era involuntaria; pero su incredulidad, sostenida por el amor propio cifrado en no caer de inocente, no se fundaba únicamente en lo enigmático del texto del papel y en la destrucción del plano, sino en lo inverosímil de que existiese nada menos que un tesoro, soterrado de un modo tan novelesco, en un sitio tan romántico y llegando tan a punto para salvar de la ruina a la casa de Landrey. ¡Vamos, si tenía que ser a la fuerza una paparrucha, una quimera nacida en el pobre meollo de una monja alelada! A pesar de la caja, que apretaba contra su pecho -y que instintivamente en el tranvía cubrió con ambas manos, por defenderla de algún rata-, Gastón temía ser ridículo ante sí propio, si prestaba fe absoluta a la historia. Lo que más influye en que nos parezcan irreales los sucesos, es...
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