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Gloria Segunda parte - Capítulo XI de Benito Pérez Galdós Diez y ocho siglos de antipatía No eran las seis cuando D. Buenaventura y Daniel Morton estaban solos en la habitación de Caifás. Los chicos habían sido enviados a la calle por su padre, y este después de ahondar un poco la sepultura abierta en la tarde anterior se ocupaba en enterrar a uno de esos pobres muertos que entran en la inmensidad misteriosa de la descomposición subterránea sin amigos, sin cánticos religiosos, sin lágrimas, sin flores, sin mortaja. Para esos todo es materia y verdadero polvo. Ambos caballeros después de contemplar un instante tan triste escena, se sentaron junto a una mesilla con tapete de hule que en mitad de la pieza había. Uno y otro callaban, hallándose bastante perplejos y diciendo para sí: «¡Él hablará primero!». Por fin, D. Buenaventura entabló la conversación: -Nada necesito indicar a usted -dijo con torpeza-, de las inmensas desgracias que han caído sobre mi...
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