La Cartuja de Parma: XXVI
La Cartuja de Parma: XXVI de Stendhal Los únicos momentos en que Fabricio conseguía salir de su tristeza profunda, eran los que pasaba oculto detrás de la ventana de la habitación que tenia frente al palacio Cantarini, donde, como es sabido, Clelia se había refugiado. Había mandado poner cristales en la ventana, en lugar del papel untado de aceite. Las pocas veces que había visto a Clelia desde su salida de la fortaleza, advirtió en ella un cambio muy grande que le había afligido muchísimo porque le parecía de muy mal agüero. Desde que cometió la falta, la fisonomía de Clelia había tomado un carácter de nobleza y de seriedad verdaderamente notable; difiérase al verla que tenia treinta años. En tan extraordinario cambio, percibió Fabricio el reflejo de alguna resolución firme. A cada instante, pensaba, se repite, sin duda, a sí misma el juramento de permanecer fiel a su voto y no de verme nunca. Fabricio no adivinaba sino en parte las desgracias de Clelia....
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