Los duendes de la camarilla : 31
Los duendes de la camarilla Capítulo XXXI de Benito Pérez Galdós Hízose todo conforme a programa. Media hora llevaba la moza de invocar al Santísimo, a la Virgen y a todos los Santos, con fervoroso rezo, para que en aquella terrible incertidumbre le concedieran el consuelo de la verdad, cuando vio entrar a Ezequiel. Venía muy abatido, la consternación y el miedo pintados en su angelical rostro. Con ansioso mirar le devoró Lucila, y como notara en él cierta dificultad para la articulación de la palabra, le sacudió el brazo, diciéndole: «Habla pronto, tontaina... ¿qué has visto?» -Nada -balbució el cererillo-. Siento no traerte... no poder decirte... Lucila, no me quieras mal porque no haya sabido... No pude, Lucila... Tú sabes qué genio gasta Domiciana... Llegué, llamé... Déjame que tome resuello. Del disgusto no puedo respirar... Pues... -En fin -dijo Lucila a punto de estallar en cólera-, que no has hecho nada... que has sido un ganso, un idiota, un...
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