Memorias de la casa de los muertos. Cap III - Continúan las primeras impresiones
Apenas hubo salido M-tskii, que así se llamaba el polaco que había hablado conmigo, entró en la cocina Gazin, completamente borracho. Ver a un presidiario ebrio en pleno día, cuando todos debían estar ocupados en los trabajos y a pesar de la severidad conocida del jefe, que de un momento a otro podía caer como un rayo, y a despecho de la vigilancia del sargento de guardia, que no se apartaba diez pasos del recinto, era para mí un espectáculo tan incomprensible, que destruía la idea que yo me había formado del presidio. No sin trabajo y tiempo pude más tarde comprender y explicarme ciertos hechos que a primera vista me parecieron enigmáticos. He dicho ya que todos los presidiarios dedicaban sus horas de descanso o de ocio a alguna ocupación personal, y que este trabajo era para ellos una necesidad natural e imperiosa. En efecto, el forzado ama el dinero sobre todas las cosas; casi tanto como la libertad. Diríase que se resigna con su suerte mientras tenga algunos kopeks...
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