Primer Libro de La Galatea: 19
-¡Ay, Galatea! -replicó Elicio-, y cuán bien que finges lo que te parece, teniendo tan poca necesidad de usar conmigo artificio, pues al cabo no tengo de querer más de lo que tú quisieres. Ora vayas al arroyo de las Palmas, al soto del Concejo o a la fuente de las Pizarras, ten por cierto que no has de ir sola, que siempre mi alma te acompaña, y si tú no la vees, es porque no quieres verla, por no obligarte a remediarla. -Hasta agora -respondió Galatea- tengo por ver la primera alma, y así no tengo culpa si no he remediado a ninguna. -No sé cómo puedes decir eso -respondió Elicio-, hermosa Galatea, que las veas para herirlas y no para curarlas. -Testimonio me levantas -replicó Galatea- en decir que yo, sin armas, pues a mujeres no son concedidas, haya herido a nadie. -¡Ay, discreta Galatea! -dijo Elicio-, cómo te burlas con lo que de mi alma sientes, a la cual invisiblemente has llagado, y no con otras armas que con las de tu hermosura. Y no me quejo yo tanto del daño...
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