XII. Que nadie se llame a engaño: América só lo ofrece trabajo
América no es Europa »Estando estas ideas más o menos vigorosamente arraigadas en todos los Estados Unidos, no será justo ni razonable que ninguno que tenga medios de vivir en su país se expatríe con la esperanza de obtener en América un oficio civil ventajoso; concluida la guerra, cesaron los oficios militares y el ejército fue licenciado. Sería aún mucho menos cuerdo pretender ir a América no teniendo más títulos de recomendación que el nacimiento. Este tiene, sin duda, en Europa su valor; pero es un género que en parte alguna puede ofrecer peor mercado que en el de los Estados Unidos, donde jamás se pregunta de un extranjero: ¿qué es?, sino, ¿qué sabe hacer? Es bien recibido si posee alguna profesión útil; si la ejerce y se conduce bien, será respetado por cuantos le conozcan; pero el que no sea otra cosa que un hidalgo, y por esta sola razón quiera vivir a costa del público a favor de empleos o pensiones, se equivoca, pierde su tiempo, su reputación y será despreciado. El labrador y aun el artesano son allí respetados, porque sus ocupaciones son útiles. El pueblo tiene por costumbre decir que Dios Todopoderoso es el artesano más hábil que hay en el Universo; le respeta y admira más por la variedad e industriosa utilidad de sus obras que por la antigüedad de su familia. Están por la observación que hizo un negro, y la repiten a menudo en su mal inglés: Que Boccarorra, es decir, el hombre blanco, hace trabajar al negro, al caballo, al buey y a todo el mundo, excepto al cochino; que a éste no puede hacerle trabajar, y que come, bebe, duerme, se pasea por donde quiere, y que en fin, vive como un hidalgo. Según esta opinión de los americanos, se creerían mucho más obligados a un genealogista que les probase que sus antepasados y coetáneos habían sido durante diez generaciones labradores, herreros, carpinteros, torneros, tejedores, curtidores, zapateros y, por consecuencia, miembros útiles de la sociedad, que si sólo pudiese probarles que habían sido hidalgos ociosos que vivieron, sin hacer nada, a costa del trabajo de los demás, y sin ser buenos para nada hasta que, después de su muerte, pueda hacerse trozos su fortuna, como la persona del cochino hidalgo del negro.
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