XIII. El reconocimiento oficial
Los gusanos de seda Louis Pasteur presiente que las nuevas ideas que ha incorporado a la ciencia se vinculan íntimamente con la fisiología y la patología de los animales superiores. Esta impresión del sabio se ve confirmada cuando se le comunica, de manera oficial, que estudie la enfermedad del gusano de seda. Pero, para ello, es necesario profundizar sus conocimientos de fisiología. Por lo tanto, decide asistir a los cursos que dicta Claude Bernard. El académico consagrado a los cuarenta y tres años de edad, comparte el pupitre con jóvenes recién llegados de la enseñanza secundaria. Y «su ejemplo de humildad» es comentado hasta por la prensa diaria como «una nueva actitud de un sabio que contrasta con la tradicional pedantería universitaria». En un libro de Quatrefages se informa de la misteriosa enfermedad que destruye las colonias y que, «desde los huevos a los gusanos, crisálidas o mariposas, nada escapa a la invasión de ciertas manchas». Enfermedad que, por su parecido con la pimienta, recibe el nombre de pebrina. Un día se produce un fenómeno. Una colonia integrada por individuos sanos es reservada para la reproducción, y otra, a su vez, se da por perdida dado su aspecto miserable. Pero analizada bajo el microscopio, la colonia que parecía gozar de buena salud aparece afectada por los corpúsculos, y la enferma está prácticamente sana. Allí está el grave dilema: si la enfermedad de los gusanos y corpúsculos son dos cosas diversas o una sola. Pasteur, enviado por el gobierno, propone una vía de solución. Pero los miembros del Sindicato Agrícola de Alais la rechazan por considerarla demasiado costosa. La propuesta del sabio no es más que un consejo: aislar cada pareja el tiempo de la fecundación. Luego, separar a la hembra para que ponga sus huevos. Y después, eliminarla para buscar en ella los corpúsculos. En el supuesto caso de que los corpúsculos no aparezcan, proceder del mismo modo con el macho. Y si tampoco éste los tiene, y se comprueba la ausencia de corpúsculos en la pareja sacrificada, numerar la puesta, conservarla, y al año siguiente, criarla con especial cuidado. Un año después, Pasteur, su familia, sus colaboradores y alumnos, que han aumentado de manera estimulante, se instalan en las afueras de Alais en una vivienda situada en el «Hermitage». Allí conviven en medio de un trajinar que no conoce reposo. Realmente, se trata de «una colmena» dedicada íntegramente al trabajo científico; «un ideal de equipo», como escribe Chappuis. Y ese grupo llega a la conclusión de que se está ante una enfermedad contagiosa, parasitaria. Se tiene la evidencia de que el corpúsculo es consecuencia del desarrollo anormal de esos diminutos seres. Pasteur formula en consecuencia la teoría parasitaria. Propuesta que le lleva a establecer el hecho de que una generación nacida de huevos desprovistos de corpúsculos no puede morir de pebrina. De que el gusano puede contagiarse mientras teje su capullo. Y de que bastan los quince o veinte días que está encerrado en él para desarrollar los corpúsculos que hospeda. Y éstos —a su vez— invadir los tejidos de la crisálida, especialmente los del medio en que se forman los huevos. Razón por la cual unos huevos contendrán corpúsculos y otros no. Hecho que añade —nada menos— el concepto de herencia a los del parasitismo y de contagio. Posteriormente, cuanto más se estudia el fenómeno, más resulta familiar a la patología humana. El gusano afectado aloja el morbo en su tubo digestivo. Sus deyecciones, depositadas en las hojas de morera, contagian a otros gusanos cuando son comidas por éstos. Descubierta la manera en que se propaga la enfermedad, los campesinos podrán adoptar medidas extremando la higiene y eliminando los gusanos afectados, portadores de la enfermedad. Cinco años dedica Pasteur a sanar los gusanos de seda. Resultado mediato: las novias pueblerinas podrán volver a lucir sus pañolones y las nobles sus miriñaques. La producción de la seda se ha salvado. Pese a que se ha dicho que los campesinos de Alais lo han corrido a pedradas por sus demoras o supuestos fracasos. Es que la calumnia le acompañó permanentemente a lo largo de su vida, convirtiéndose en parte fundamental de su lucha el superar ideas anacrónicas y prejuicios.
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